El ex edil reflexiona en su artículo de opinión de este mes, sobre esta frase «típica» de la ciudad, que escuchó cuando llegó a Fraga hace 15 años
Esta semana se cumplen 15 años desde que una casualidad me trajo a trabajar a Fraga. Sin darme cuenta, día a día, charla a charla y risa a risa, esta ciudad a la que me destinó el SALUD se ha convertido en mi lugar en el mundo.
Cada lugar tiene sus frases típicas, esas que se repiten por todas partes, como un eco que resuena otoño tras otoño. Aquí en Fraga, una de esas frases es: “a Fraga no hi ha res a fer”. Al principio, lo reconozco, me sorprendía escucharla. Con 26 años, no me entraba en la cabeza que Fraga no tuviera «nada que ofrecer» para un finde cualquiera.
Con el tiempo, el paso de las primeras cegallosas y ese cierzo tan nuestro, fui dándome cuenta de que nuestra ciudad arrastra un problema endémico con la oferta de ocio y cultura. Hace ya una década vimos escapar el festival de la Fruta Dulce, una iniciativa interesante que podría haber sido mil cosas… pero nunca lo sabremos. En mi cabeza, ese festival habría evolucionado, tal vez, a un acogedor evento de música indie, entremezclándose con los productos locales. Como tantos otros que, con buen gusto y mejor organización, han florecido por toda España.
Ahora bien, ¿de dónde sacamos la base para una programación cultural que le de esa vida cultural a Fraga? Sin duda, la base serían los grupos locales que ya impulsan la cultura. Que ya los hay, ¡y de calidad! Pero la pregunta es: ¿tienen todos estos grupos y otros posibles las condiciones ideales para ensayar, reunirse, crear y crecer con su arte? ¿Tiene Fraga locales de ensayo para ofrecer a estos jóvenes, mayores y a cualquier fragatino con ganas de aportar a la cultura local, o tienen que acabar ensayando en el garaje o en el bajo de la casa del abuelo, que ya no vive allí?
La realidad es que en Fraga nos faltan esos espacios municipales donde puedan reunirse, crecer, crear y compartir. No tenemos nuestro propio Abbey Cegonyer. Y aquí es donde siempre me viene a la cabeza el Flavia, que me parece el lugar perfecto para montar salas de ensayo, no solo para grupos musicales, sino también para artes escénicas y cualquier otra expresión artística. ¿No sería genial que nuestro querido y abandonado Flavia, ese vetusto edificio que nos mira con tristeza, lleno de promesas electorales incumplidas, resurgiera como el corazón de un centro de ocio y cultura? De esta manera, podríamos convertirlo en un espacio que acoja y arrope el arte, justo en el centro histórico y emocional de nuestra ciudad.